Carmen González Castro: Test de Apercepción Temática

Para pintar un cuadro hay que saber encuadrar, practicar una escisión entre el afuera y el adentro del cuadro, tomar al menos una decisión sobre el interior que se quiere mostrar. Todo encuadre implica, por tanto, una serie de exclusiones o, dicho de otro modo: todo cuadro es fatalmente parcial. Por eso sugería Lessing que, dado que la pintura sólo muestra un momento de la acción, hay que escoger «el que mejor dé a comprender el instante que precede y el que sigue». Lo que pasa es que esa comprensión ya no concierne únicamente a la representación como objeto, sino a la imaginación como la acción. ¿Qué se imaginan ante estos cuadros que Carmen González Castro ha pintado? Chocantes, incómodos, urgentes, en todos ellos trabaja el encuadre de tal manera que lo que hay fuera del cuadro cuenta tanto como lo que efectivamente vemos. Aquí no es únicamente la mano la que entra en acción. Y si esta nos resulta particularmente violenta –si la mano que pinta también agarra, aprieta o inmoviliza– los encuadres propuestos sugieren, sin duda, un desgarro de la imaginación.

En esta serie que, con algo de ironía, Carmen González Castro llama Test de apercepción temática, no solo somos testigos de un sentido violento de las imágenes, sino de la propia violencia que conlleva darles sentido, leerlas, explicarlas y, en última instancia, juzgarlas. Todo encuadre entraña una dimensión política desde el momento en que confirma o revierte el orden de la narración que lo engloba. En tal caso, aquí se trata de eso que Deleuze llamaba encuadres afectivos, «donde los movimientos son cortados en pleno curso, como si hubiera que romper unas conexiones demasiado reales o demasiado lógicas». Sin solución de continuidad, estos cuadros nos ponen así en el compromiso de interrogar nuestra propia mirada. Esto es algo en lo que Carmen González Castro viene insistiendo desde sus anteriores trabajos, donde exploraba la función de reversibilidad en relación con el cuerpo (serie With the inside Out, 2015) o la construcción del punto de vista desde la anamorfosis (serie Introspectiva, 2017). Lo que aquí mostramos es también esa suerte de desplazamiento y reversión. Aunque en este test –que no procura resultado alguno, sino su descuadre–, Carmen González Castro lo hace desde la función misma del cuadro, no ya como organización del objeto ausente que evoca, sino en el sentido lacaniano en que «soy mirado, es decir, soy cuadro». Inversión entonces de estos autorretratos, donde aún tendremos que preguntarnos por nuestros clichés interpretativos, por la actual judicialización de lo íntimo y, en definitiva, por el estado siempre lamentable de nuestros imaginarios.

Daniel Lesmes, filósofo e historiador del arte.

To paint a picture, one must know how to frame, practice a division between the outside and inside of the frame, and make at least one decision about the content to be shown. Every frame implies, therefore, a series of exclusions, or in other words: every picture is inevitably partial. That’s why Lessing suggested that, since painting only captures a moment of action, one must choose ‘the one that best helps to understand the moment that precedes and the one that follows’. However, this understanding no longer concerns only representation as an object but imagination as an action. What do you imagine when you look at these paintings by Carmen González Castro? Startling, uncomfortable, urgent; in all of them, the framing works in such a way that what is outside the frame is as significant as what we actually see. Here, it is not only the hand that comes into play. And if this seems particularly violent – if the hand that paints also grabs, tightens, or immobilizes – the proposed frames undoubtedly suggest a tearing of the imagination.

In this series, which Carmen González Castro ironically calls Thematic Apperception Test, we are not only witnesses to a violent sense of images but also to the violence inherent in giving them meaning, interpreting them, explaining them, and ultimately judging them. Every frame carries a political dimension from the moment it confirms or reverses the order of the encompassing narrative. In this case, we are dealing with what Deleuze referred to as ‘affective frames’, ‘where movements are cut off in mid-course, as if one had to break connections that are too real or too logical’. Without a break, these paintings thus compel us to question our own perspective. This is something Carmen González Castro has been emphasizing since her previous works, where she explored the function of reversibility in relation to the body (With the Inside Out series, 2015) or the construction of the point of view through anamorphosis (Introspective series, 2017). What we are showing here is also a kind of displacement and inversion. Although in this test – which seeks no result but rather its misalignment – Carmen González Castro does it from the very function of the picture, not as the organization of the absent object it evokes, but in the Lacanian sense of ‘I am looked at, that is, I am a picture’. An inversion then of these self-portraits, where we still have to question our interpretive clichés, the current judicialization of the intimate, and ultimately, the always lamentable state of our imaginaries.

Daniel Lesmes, philosopher and art historian.